Como
todos los que buscan a Dios, nos alegramos de que Santo Tomás haya
preguntado: “Señor, nosotros no sabemos adonde vas, ¿cuál es tu camino?”
Como si Tomas en voz alta y sinceramente en nombre de todos nosotros
hubiese pronunciado la realidad de la incomprensión de los pensamientos
de Cristo, de su camino, de su meta… ¿Adónde vas? Jesús le dice a Tomás
que él es el camino, la verdad y la vida (Jn 14,6). Jesús, entonces, se
presentó a sí mismo así.
Si queremos llegar a cualquier destino, debemos conocer el camino. El
camino no es únicamente la carretera de coches, trenes, aviones y otros
medios de transporte. El camino es la oportunidad del encuentro. Si
deseamos encontrar a un conocido o amigo, debemos recorrer cierto camino
desde el contacto hasta el apretón de manos, hasta las relaciones
amistosas. Es importante conocer el camino, porque, de lo contrario, nos
desviaremos.
Cómo encontrar el camino a Dios y ponernos en sus senderos, es la
pregunta fundamental del creyente. El camino hasta el encuentro con Dios
es la tarea clave no solo de la religiosidad del hombre sino de la
humanidad en general. Salir al encuentro con nuestro Creador es el
imperativo al que toda persona tiende naturalmente.
En este mundo sin Dios tenemos innumerables doctrinas que niegan la
existencia de Dios y ofrecen sus propios caminos. Muchos, en su
desconocimiento, se rinden a esas teorías. Animado por ese tipo de
opiniones, el teólogo alemán Hans Küng, dijo a un periodista ateo:
“Usted no cree en Dios. Por ello le está cerrado un mundo infinito y
maravilloso. Usted es como el hombre que está sordo y por tanto tiene
cerrado el acceso al mundo de maravillosas melodías.” Es verdad que es
difícil quitarle a uno la oscuridad de los ojos hasta que no sienta por
sí mismo la belleza de la luz. Por tanto, no es tan necesario
convencerle al hombre de la existencia de Dios sino ayudarle a que abra
los ojos del corazón y del alma para que vea y lo conozca por su propia
cuenta. El Papa Pablo VI solía decir: “¡No debemos maldecir la
oscuridad, sino encender la luz!”
En Medjugorje, Dios por medio de la Virgen, ha encendido la lámpara
en el mundo de la oscuridad del comunismo. Y así, por medio de María, el
monte de las apariciones se ha convertido en la ciudad del monte, la
luz que brilla en la oscuridad de muchos corazones. Esa luz, como el
lucero en la noche de Belén, enseña claramente e ilumina el camino hacia
Jesús. Justamente en ese lugar, en el Monte de las apariciones, el
hombre de hoy repite ante la Virgen la pregunta de Santo Tomás sobre la
dirección de Jesús. De esa manera, la Virgen se convierte en el más
hermoso indicador del camino. Ella no quiere ser otra cosa.
Ella no lleva a la gente a sí misma, sino a aquel que es el camino,
la verdad y la vida. Por medio de la Virgen, el peregrino de Medjugorje,
por su propia experiencia, llega a conocer a Dios, y con Ella encuentra
su camino. A nosotros también, la Virgen, junto con San Juan Bautista,
desea decir que por la experiencia de nuestra fe seamos el camino hacia
Jesús para los demás.
Fuente: Glasnik mira
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