En su primer aborto, a los 18 años, no le dieron alternativas.
Su dolor no venía de la fe, porque no la tenía. Sólo con la fe llegó la
sanación.
La italiana Alessandra Pelagatti tenía dieciocho años cuando se dio cuenta de que estba embarazada. Había sido criada por una madre emancipada, separada y ferozmente independiente.
Alessandra
podía volver tarde por la noche a casa o incluso dormir fuera de casa.
Y, por supuesto, hacer lo que quisiera con los chicos. Sin duda, era la
envidia de todas sus amigas. Para ella su madre era un mito, tan diferente de las demás, ¡tan poco invasiva y opresora!
Así que cuando Alessandra se quedó embarazada le pareció natural
acudir a su madre para contarle la “emergencia” y buscar solución. Y con la misma naturalidad su madre le llevó a un ginecólogo, que no dudó en dirigirla hacia la “eliminación de aquel grupo de células”, que se cuidó bien de no mostrar a Alessandra “para no impresionarla”.
Aunque Alessandra mostró dudas desde el principio, el médico le aseguró que hasta los tres meses no había vida. No le propuso ninguna alternativa, ni tampoco le hizo pasar por la entrevista obligatoria que establece la Ley 194 en Italia.
El día del aborto
Alessandra esperaba en una gran sala, donde las embarazadas, una a
una, iban saliendo para realizarles la intervención y “solucionarles el
problema”.
Alessandra no quería hacerlo y se lo dijo al médico cuando era su
turno. Sin embargo, él le aseguró que el aborto ya se estaba realizando
desde el momento en el que ella había ingerido la primera pastilla
aquella mañana. Así que decidió continuar. Su despertar fue traumático
para ella debido a una infección grave tras el aborto.
Físicamente, se recuperó. Psicológicamente, el problema sólo estaba empezando: ansiedad, tristeza,
incapacidad para tener relaciones sexuales con su novio durante los
siguientes tres años. Ninguno comprendía siquiera por qué. Terminó con
él y tuvo relaciones con otros, pero ninguna historia podía colmar su
vacío interior.
No matar: salvar insectos…
En la mente de Alessandra comenzó a hacerse insoportable la idea de matar a un ser vivo, por lo que se convirtió en una vegetariana obsesionada.
“Salvaba insectos si los veía atrapados en algún sitio. No podía
soportar el dolor de no hacer nada para protegerlos”, se justifica.
El segundo aborto
Algunos años después volvió a quedarse embarazada, pero para entonces
había tenido que convencerse de que su primer aborto había sido
correcto. Así que decidió que, para autoconfirmárselo, tenía que abortar de nuevo.
El infierno de dolor continuó hasta que se enamoró de nuevo. En ese
tiempo decidió de nuevo volver a tener hijos, se sentía por fin
preparada. Pero, tras intentarlo tres años, nunca lo consiguió. Pasó casi veinte años en terapia y con psicofármacos. Veinte años de
sufrimientos de todo tipo, interior, exterior, angustiante. Un sufrimiento que culminó con un intento de suicidio el 30 de abril de 2010.
El sentimiento de culpa
Conectar este dolor con su verdadera causa, el aborto, le llevó muchísimos años. “Para mí fue como tocar el fondo, pero con las piernas. Y eso me ayudó a agarrar impulso para volver a salir”, explica.
Alessandra explica en su testimonio que toda su vida se había considerado atea y blasfema convencida.
Su sentimiento de culpa no fue inducido por creencias religiosas, y
la Iglesia no pudo ser responsable de lo que sucedió después.
Ella era el prototipo de mujer libre, ajena a cualquier influencia religiosa,
hermosa, inteligente, divertida y llena de amigos. Pero no conseguía
perdonarse a sí misma porque no había llamado por su nombre lo que había
hecho.
Un viaje a Asís
Pero
un día llegó a su vida el amor y la misericordia de Jesucristo, que la
rescató justo al borde del abismo, y su vida comenzó a florecer de
nuevo. Un viaje inesperado a Asís, la cuna de San Francisco, propuesto por su novio (creyente, pero no practicante) le empezó a abrir los ojos.
Lo siguiente fue una Biblia que él le regaló y ella comenzó a leer más por curiosidad que por fe. Cuatro meses después se encontraba en la parroquia Bosnia de Medjugorje. Allí la cercanía a la Virgen le hizo sentirse perdonada y comenzó a sonreír de nuevo.
Sintió un amor que no había sentido nunca. Sintió que podía perdonar a
su madre por haberle inducido a abortar. Y llegó un día en el que ya no
podía vivir sin la oración y los sacramentos.
Ayudar a otros
Alessandra Pelagatti ahora explica su testimonio para ayudar a otras
personas. Lo contó en una conferencia el día antes de la Marcha Nacional
por la Vida llevada a cabo hace poco tiempo en diferentes lugares de
Italia.
Relató su historia marcada por el dolor y el sufrimiento, pero lo
hizo con una sonrisa, esperando que su testimonio pudiera servir para
ayudar a otras jóvenes que pasen por su misma situación.” “Lo hago para
ayudarles a entender que el aborto es una muerte doble, la de la madre y
la del niño”.
Fuente: www.religionenlibertad.com
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