Conocí a Sor Emmanuel en
Medjugorje hace unos años. Es una monja especialmente apostólica,
arrolladora, de las que irradian amor a Dios y a la Virgen y tienen
urgencia de trasmitirlo a todo el mundo. Algo comencé a conocer de su
singular vida. Ella había nacido en Francia, y llevaba una vida muy
aventurera, en la que fue probando todo lo que la sociedad pagana puede
ofrecer. Llegó al borde de la desesperación tras consultar a adivinos,
prácticas esotéricas, etc. Su vida ya no tenía sentido para ella y
programó su suicidio para un día concreto a las cinco de la tarde. Y en
su libro “El Niño escondido de Medjugorje”, nos lo cuenta todo con detalle. De él extraemos los siguientes párrafos, que no tienen desperdicio:
UNA PERSONA SE ENCAMINA A LA MUERTE
Después del almuerzo y de algunos intercambios de los que me mantuve
alejada, hubo una nueva asamblea de oración (carismática) espontánea (a
la que fue invitada aquel día concreto). Eran las 15:30. Mi fin estaba
próximo, le había dicho a Dios: a las 17. Me senté con ellos como una
autómata, sumida en la mayor desolación. No prestaba más atención a sus
oraciones. Hacia las 16, llegó una señora y se unió al grupo. Estaba
muy retrasada y no había participado del resto del programa. Se llamaba
Andrée T. Ni siquiera le presté atención. Entre la treintena de
católicos presentes ese día, ella era la única protestante. Apenas
llegada, comenzó a agitarse en su silla. Algo le inquietaba. El Señor
acababa de mostrarle una luz, y ¡era necesario que la expusiera frente a
todo el mundo! Todos los temores se abatieron entonces sobre ella, el
miedo a ser juzgada en vista de la magnitud de lo que tenía que decir…
¿Y si eso fuera a caer en bolsa rota?
Yo estaba postrada como un pobre ente atontado, cabizbaja, cuando una
voz de trueno que retumbó en la asamblea me sacó de mi lodazal. Entre
las hermosas plegarias, el mensaje parecía estar completamente fuera de
lugar. Su tono era dramático. Lo que pasaba es que Andrée, no pudiendo
contenerse más, entregaba con autoridad lo que el Señor le había
mostrado:
-Hermanos y hermanas, entre nosotros hay una persona que se encamina
a la muerte. Esta persona se ha dejado engañar por el Enemigo y ha
hecho lo que le disgusta a Dios. Ha practicado el espiritismo y la
adivinación, y Satanás la ha encadenado. Pero Cristo tiene el poder de
liberada de manos del Enemigo y de devolverla a la vida. Ella
puede venir a nosotros y oraremos por ella en el poder del nombre de
Jesús.
La asamblea estaba consternada. Por mi parte, desde las primeras
palabras del mensaje: ”una persona se encamina a la muerte”, mi corazón
había comenzado a latir precipitadamente. Se trataba de mí, ¡era
evidente! ¿Dios le había mostrado el estado de mi alma a esa señora que
nunca me había visto en su vida? ¿Qué entendía ella por “hizo lo que le
disgusta a Dios”?
¡Pasó a ser mi turno de agitarme en la silla! Aguardaba con
impaciencia que la oración terminara para poder ir al encuentro de esa
desconocida.
Eran más de las 4:30 cuando el canto finalmente concluyó. Entonces, me abalancé sobre ella.
-Señora, usted habló de alguien que se encaminaba hacia la muerte …
Andrée me acogió como lo hacen aquellos auténticos enviados de Dios:
ningún remilgo, ninguna pleitesía inútil, van al grano con seriedad,
conscientes de que la situación no les pertenece y de que hay vidas que
están en juego.
-¡Ah, eres tú! Bueno, ven aquí… Dime, ¿qué hiciste? Has estado en el
campo del enemigo, fuiste a ver a los astrólogos, a los adivinos, ¿fue
eso? ¿Has interrogado el espíritu de los muertos, has hecho girar las
mesas? =Sí, lo he hecho desde mi adolescencia, con mis amigas, no sabía
que …
-Pero, si está escrito en la Biblia! Dios ha prevenido a su pueblo, ¡todo eso es una abominación a sus ojos! ¿Crees en Cristo?
-Sí, soy cristiana.
-Bien, voy a llamar a dos o tres hermanos para que oren conmigo sobre
ti. No quiero hacerlo sola, Cristo ha dicho: “Cuando dos o más se
reúnen en mi nombre, Yo estoy en medio de ellos”.
JESÚS TIENE EL PODER DE LIBERARTE DE TUS ATADURAS
Era
el mes de junio. Andrée me hizo salir al jardín bien florecido de las
Hermanas de la Asunción. Allí había un banco. Al ver mi agotamiento, me
hizo sentar, pero ella permaneció de pie con sus acólitos que me
rodeaban. Me encontraba en la situación más impensable que pudiera
darse, sobre todo porque se pusieron a cantar en lenguas desde el
comienzo. ¡Me preguntaba en qué manicomio había ido a dar! Ella dirigió
las operaciones con toda maestría y planteó la cuestión de la confianza
que iba a ser determinante en caso de obtener la victoria:
-Tú misma te has puesto entre las garras del Enemigo. Te tiene
amordazada y te tortura. Intenta matarte. Pero Jesús lo ha vencido en la
cruz. ¿Crees que hoy Jesús tiene el poder de romper tus ataduras para
que tengas la libertad de caminar en la luz?
Me quedé estupefacta al oír la pregunta. Miraba a Andrée, esta mujer
muy sencilla, pobre, que seguramente superaba los cien kilos. Su fe
infantil estaba preparada para desplazar montañas. Tenía 25 años y era
la primera vez que escuchaba a alguien que hablara así de Jesús. ¿Un
Jesús que iba a hacerme el bien a mí? ¿Hoy mismo? ¿Cómo en el Evangelio?
-¡Sí, lo creo! -mi voz era tímida pues, a decir verdad, era más apropiado decir que hubiera querido creer.
-Bueno, vamos a hacer una oración de liberación… Los demonios que has
aceptado en ti serán expulsados por el poder del nombre de Jesús…
No tenía ni la menor idea de lo que ese lenguaje -nuevo para mí –
implicaba. Me imaginaba que mi corazón era como una caja en la que
hubiera dejado penetrar a unos usurpadores y que, en el nombre de Jesús,
esos intrusos iban a salir.
-Sabes, Andrée, aún si Jesús me libera, prefiero morir de todas
formas. Porque los demonios hicieron tanto daño en mi corazón que no
puedo soportar más este sufrimiento.
Andrée no se dejaba vencer tan fácilmente, ¡era una evangelista que se había topado con casos mucho más graves!
-Pero si crees que Jesús tiene el poder de expulsar a los demonios
que te han herido, ¡¿no crees que también tiene poder para sanar tus
heridas?!
Nueva sorpresa sobre la identidad de Jesús. También puede sanarme. ¿A
mí? ¿Y ahora? Qué pobre idea me había hecho de Él hasta entonces: un
Salvador, sí, pero que había salvado a toda la humanidad (al por mayor)
un día, (no hoy, en todo caso). Y he aquí que nuevamente se parecía al
Jesús del Evangelio, a aquel que había curado a un fulano aquel día al
ponerse el sol… ¡¿Y él es mi Salvador personal, que está vivo y
actúa hoy?!
-¡Sí, creo que puede sanarme!
-¿Y te comprometes a no practicar más todas esas abominaciones?
¡Porque cuidado! ¡Si vuelves a reincidir, te sucederán cosas
peores! Escucha .. Y comenzó a leer Deuteronomio 18, 9-14: “Cuando
entres en la tierra que el Señor, tu Dios, te dará, no aprendas a
practicar las abominaciones que cometen estas naciones. Que no haya
entre vosotros nadie que inmole en el fuego a su hijo o a su hija, ni
practique la adivinación la astrología, la magia o la
hechicería. Tampoco habrá ningún encantador, ni consultor de espectros o
de espíritus, ni evocador de muertos. Porque todo el que practica estas
cosas es abominable al Señor, tu Dios, y por causa de estas
abominaciones, él desposeerá a esos pueblos delante de ti. Tú serás
irreprochable en tu trato con el Señor, tu Dios. Porque las naciones que
vas a desposeer escuchan a los astrólogos y adivinos.”!
Y me fue explicando punto por punto el sentido de cada
versículo. Tenía a duras penas el vocabulario necesario para expresarse,
de tan simple que era; pero para las cosas de Dios, tenía una
inteligencia espiritual sorprendente.
-Puedes contar conmigo -le dije-, ¡no volveré a cometer nuevamente la misma tontería!
No
había tiempo que perder. Andrée y sus compañeros comenzaron a alabar a
Dios alegres y confiados. Luego Andrée intercedió con poder por
la pecadora que yo era y ordenó a los demonios (que fue nombrando uno
por uno) a que me dejaran … Quebró también el lazo de maldición que ese
adivino hindú de Nueva Delhi me había impuesto y que me aplastaba
inexorablemente. Después hubo nuevas alabanzas y bendiciones, y luego se
hizo silencio. Todo había acabado.
-Ya está. Se terminó -me dijo ella- o puedes unirte al grupo para la
misa. Pero continúa alabando al Señor y colocándote bajo su preciosa
Sangre. ¡Necesitas su protección!
Jamás olvidaré el preciso instante en que me levanté de ese banco. Durante la oración, no había experimentado ningún
estremecimiento, ninguna nueva emoción, nada. Pero una vez de pie, ¡caí
en la cuenta de que mi angustia mortal se había esfumado! Repetidamente
me llevaba la mano al corazón como alguien que palpa su bolsillo en
busca de sus gafas o de su billetera. ¡Mi sufrimiento había
desaparecido! Jesús había realmente pasado por allí … ¡Había hecho su
trabajo de Salvador y me había devuelto a la vida!
En mi reloj, eran las cinco de la tarde…
Tenía cita con la muerte pero, a la hora D, quien había acudido a mí
había sido el Dios vivo, y no la muerte. Mi pobre existencia en ruinas
ha sido entonces abrazada por la vida. Sentía al buen Pastor cerca de
mí, había descendido al fondo de mi sórdida fosa y me había sacado de
allí, tomando sobre su propio cuerpo mis heridas de muerte. Sentía que
su vida corría dentro de mí como un torrente de delicias. ¡Todo mi ser
estaba sumergido en la alegría de una resurrección!
Continuaremos… Juan García Inza
Autor: Juan García Inza
Fuente: www.religionenlibertad.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario