Es
una de las plumas más exitosas y brillantes de nuestra narrativa
contemporánea. Pedagoga, escritora y madre de familia, María
Vallejo-Nágera fue de los primeros peregrinos españoles en conocer la
realidad de Medjugorje, en estudiarlo y en escribir sobre un pueblo al
que llegó siendo una agnóstica convencida y en el que sufrió una
irrevocable conversión. Es la tercera hija del prestigioso psiquiatra y
escritor Juan Antonio Vallejo-Nágera, ya fallecido, del que sin duda
heredó su interés por la literatura, profesión por la que se decantó
casi de manera accidental, como cuenta en exclusiva a ALBA.
-¿Por qué se decide a escribir tras licenciarse en Pedagogía?
-Pues, durante mi tercer embarazo, empecé a enredar con el ordenador y
nació mi primera novela, El patio de los silencios. La mandé al Premio
Planeta pensando que iba a quedar la última y quedé quinta. Ahí empezó
mi carrera literaria. Luego, enseguida, tuve una gran conversión
espiritual, y los temas se hicieron más privados.
-Cuente, por favor…
-Todas mis novelas, menos la primera, tiene una trama espiritual.
Pero digamos que de las cinco, hay tres profundamente espirituales:
Mensajero en la noche, El castigo de los ángeles y Luna negra.
-¿Siempre tuvo la fe tan presente?
-¡Qué va! Todo empezó en 1993. En aquel momento la guerra de Bosnia
estaba muy recrudecida. Yo vivía en Londres y una amiga mía, inglesa y
anglicana, vio un reportaje sobre dicha guerra y comenzó a organizar
viajes allí para ayudar. Cada vez que ella regresaba, la veía
profundamente cambiada, cada vez con más entusiasmo en su vida
espiritual. Yo le decía: “Pero ¿qué encuentras en una guerra?”, y ella
respondía: “Pues te vas a quedar muy sorprendida, pero he encontrado a
Dios. He encontrado la paz dentro del espanto de la guerra”. Eso me
sorprendió mucho, y nada más acabar la guerra, con la situación aún muy
revuelta, fui con un grupo de amigos. Éramos unos trece, y en ese viaje
tuve ese reencuentro con Dios que nunca me había planteado. Todos mis
compañeros de viaje eran anglicanos, y yo me definiría por aquel
entonces como agnóstica, pero volvimos todos convertidos al catolicismo.
Mi marido es el padrino de Bautismo, Confirmación y Comunión de uno de
ellos. Es así de claro y de fuerte. En aquel viaje conocí bien a varios
sacerdotes, y yo hasta entonces no tenía mucho respeto por ellos.
Consideraba que la postura de la Iglesia tenía grandes errores. Pero
cuando me topé con la guerra, encontré gente increíblemente bondadosa.
Gente que había logrado perdonar y ayudar al enemigo, sin pensar en su
color o religión. Ahí descubrí que la maldad no está en una raza o en
una etnia. La maldad no tiene color en la piel, y me marcó mucho
convivir con estos hombres buenos, que eran sacerdotes franciscanos.
-Siga con su viaje a la conversión.
-Enredé mucho por los poblados más castigados, entre Bosnia y
Croacia. Entonces empezamos a oír hablar de un pueblecito, desconocido
en España pero muy conocido en el mundo entero, que se llama Medjugorje,
situado en el corazón de Herzegovina.
-¿Por qué hablaban de él?
-Porque en 1981 se produjeron, parece ser, porque todavía el Vaticano
no se ha pronunciado, unas apariciones marianas. Nos contaron que los
videntes seguían viendo a la Virgen desde entonces, y que vivían allí.
Esto me produjo una curiosidad tremenda por conocerles y por descubrir
quién podía tragarse ese cuento. Yo pensaba que era todo mentira. Así
que fui al pueblo y allí viví una profundísima experiencia de Dios. Mi
conversión comenzó ahí.
-¿Qué quiere decir “profunda experiencia de Dios”?
-Son experiencias inexplicables, muy misteriosas, que incluso la
persona que las vive no entiende, y se queda muy confusa. Yo no vi nada.
Allí ocurren milagros, enfermedades que se curan y más cosas. Pero a mí
no me pasó nada de eso.
-¿Y qué le pasó?
-Yo iba paseando junto a la parroquia de Medjugorje, con los amigos, y
simplemente noté una presencia muy grande de Dios. Un amor inmenso de
Dios, que me rodeó, que me cubrió entera. Yo me quedé muy asustada,
porque no lo entendía. Sobre todo cuando no me había interesado nunca
por ir a la iglesia. Antes de esto iba por obligación social. A mí me
ocurrió así, no lo puedo explicar mejor porque con palabras no se puede.
Son secretos de la fe y son regalos del cielo y de Dios.
-¿Cómo reaccionó entonces?
-Me quedé muy confusa y lo primero que pensé, porque soy hija de
psiquiatra y admiro mucho la psiquiatría, fue que me habían dado alguna
droga o algo. Luego pensé que debería tener una explicación científica,
que sería algo debido al cansancio acumulado, al horror que había visto
en la guerra. Así que decidí acudir a una persona sabia, a un profesor
que me explicara lo que me había pasado, y los que me rodeaban entonces
eran los franciscanos. Ahí tuve mucha suerte, porque los franciscanos de
Medjugorje saben lo que es una conversión. Yo aprendí que la Iglesia no
tiene un pelo de tonta. Son dos mil años de investigación, de
experiencias sobrenaturales, de mucha gente que sabe lo que es alejarse y
descubrir. Yo ahí tuve unos maestros increíbles que me explicaron que
lo que me había ocurrido, en Medjugorje, es normal.
El fenómeno Medjugorje
-De Medjugorje trata su novela El castigo de los ángeles. En ella, aparecen dos entrevistas a sendas videntes, ¿son reales?
-Las
entrevistas de El castigo de los ángeles no las hice yo. Los videntes
digamos que están hartos de los peregrinos. Son chiquitos que desde
pequeñitos han estado perseguidos por masas, desde el Vaticano y los
comunistas de los primeros años hasta millones de peregrinos que llegan
allí de todo el mundo. Esto les ha hecho ser esquivos con la gente. Lo
único que hacen cuando les suplican mucho es dar una pequeña conferencia
muy rápida. Yo tuve la suerte de estar en dos de estas conferencias. Me
quedé absolutamente impresionada, por sus respuestas y por el carácter
que mostraban ante lo que les estaba ocurriendo. Tomé esa información,
la escribí, y luego investigué mucho. Pregunté a los sacerdotes qué
libros había que comprar, quién había investigado, etc. Me dieron
muchísimos nombres de doctores, de todo tipo de psiquiatras, de
psicólogos, y comencé a estudiar el fenómeno Medjugorje.
-¿Y qué descubrió que le marcase tanto?
-Lo que más me sorprendió fue que los psiquiatras del mariscal Tito
-porque todo esto sucedía bajo su Gobierno comunista- declararon que los
niños estaban sanos, cuando tenían órdenes expresas de demostrar
clínicamente que los niños mentían o que estaban locos. Y no sólo no
ocurrió eso, sino que la mayoría se convirtieron. Eso me impresionó
muchísimo, porque siendo hija de psiquiatra, sé que un médico, cuando
dice que no hay esquizofrenia, o que no hay drogas de por medio, es que
ha agotado toda su ciencia antes de diagnosticar.
-¿Cuánto tiempo estuvo en Medjugorje?
-La primera vez diez días, y volví al mes y medio para otros quince,
con personas de mi confianza para que me dieran su opinión. Todas las
personas que han ido conmigo han vuelto muy cambiadas. Todas han
experimentado lo mismo que yo, de diferente manera, pero con ese
acercamiento a Dios muy, muy grande. Es como si hubiéramos vivido
Fátima, en Medjugorje. Aunque no hayamos tenido ningún tipo de visión,
todos hemos experimentado algo, y es que en ese pueblito está la
presencia de Dios. Eso es indiscutible.
-Entonces, ¿qué es lo que ocurre allí que te atrapa de esa manera?
-Que la gente cambia de vida. Yo allí no he visto manifestaciones
sobrenaturales, pero he visto cambios profundos en la actitud de la
gente respecto a su vida.
-¿Usted cambió de vida?
-Absolutamente. Hay una María Vallejo-Nágera antes de Medjugorje, y una después.
-¿En qué sentido?
-A mí nunca me había faltado de nada. He tenido una familia que me ha
querido mucho, con un marido que me adora y unos hijos sanos. Pero
ahora no puedo describir la felicidad después de Medjugorje. Soy la
misma persona, pero con una fe profundísima. Y la fe me ha dado la
fuerza y la energía para aguantar lo que sea. Con la fe aprendes a
ofrecerte a los demás, a ofrecer tu dolor. Te cambia radicalmente muchos
valores.
-Siguiendo con su obra, tras El castigo de los ángeles,
viene Un mensajero en la noche, otra experiencia de fe en la que cuenta
la historia de Albert Wensbourgh; ¿quién era este hombre?
-Albert fue un regalo después de Medjugorje. Era un delincuente
famoso de Inglaterra, que había salido en la prensa muchas veces. Era un
matón, detenido y condenado a 25 años de prisión. Yo había vuelto de
Bosnia y ya había escrito El castigo…, cuando me llamó un amigo
franciscano y me contó que había visitado al abad de un monasterio cuyo
cocinero decía que había visto un ángel.
-Albert…
-Sí. Al parecer, una noche, en una celda de una de las prisiones más
seguras de Inglaterra, decía que se le apareció un ángel, que le
despertó de un golpazo en el pecho y le tiró de la cama. Él pensó que
había entrado alguien para darle una paliza, pero cuando abrió los ojos,
encontró una figura llena de luz que le rodeó de amor y le habló.
-¿Cómo reacciona ante lo que le cuenta su amigo?
-Me quedé fascinada con esta historia. El sacerdote me contó que
Albert estaba intentando escribirla, pero que no le salía, y que había
varios periodistas de Londres que querían hacerlo, porque este personaje
era muy conocido allí, y se había convertido en un hombre de Dios de la
noche a la mañana. Con mucha curiosidad, fui al monasterio y Albert me
entrevistó, y me dijo que creía que yo no era la persona adecuada:
“Rezaré por usted, pero la he rechazado”, fue lo que me dijo.
Aproximadamente al mes y medio me llamó y me dijo: “Después de rezar
todos los días, estoy convencido de que usted no es la persona más
adecuada para escribir mi historia, pero en oración creo entender que
usted lo va a hacer”.
-No parece muy coherente…
-Yo me quedé a cuadros, porque si él pensaba que no era la más
adecuada, pues no entendía nada, pero él me decía: “Yo pienso que no,
que la chica española, no. Pero en la oración noto cómo Dios me dice:
‘La chica española, sí’”. Y así empecé. Estuve año y medio trabajando en
el proyecto.
-¿Cómo era Albert?
-Era muy inteligente. Cuando le conocí, tenía 52 años, y vi que su
conversión había sido auténtica y profunda. Se notaba que había sido
violento en el pasado, perdía la paciencia, y se notaba que estaba
constantemente luchando contra sí mismo. Perdía los nervios conmigo,
porque yo era muy lenta a la hora de hablar de Dios, y en ocasiones me
asusté, porque nunca había estado con un místico, con una persona que ve
ángeles.
-De esta otra experiencia de conversión, y dentro de lo extraordinario del testimonio, ¿qué es lo que más le llamó la atención?
-Que el abad del monasterio en el que estaba era psiquiatra y me
decía que Albert no estaba loco, que había superado numerosas pruebas.
Eso te crea una sensación difícil de explicar.
-¿Miedo?
-Pasé miedo, porque un místico es una persona que puede hacer mucho
bien a la Humanidad, y por lo tanto el demonio no está muy contento con
este tipo de personas. Durante este trabajo, acontecieron una serie de
sucesos que me bloquearon un poco y por los que estuve a punto de
abandonar el proyecto.
-¿Son los que relata en la novela ataques físicos del demonio contra Albert?
-Muy parecidos. Los ataques que sufría Albert no eran físicos, sino
espirituales, durísimos y peores. Pero este libro, por encargo de
Albert, estaba dirigido a los estratos más pobres y marginales de la
sociedad. Sobre todo a presos. Estaba obsesionado con que supieran que
Dios existía. Entonces, encontré el modo de explicar a gente con menos
formación esos ataques espirituales, pasando estos episodios
espirituales al plano físico. Eso lo entiende todo el mundo, porque a
todo el mundo le han pegado alguna vez y le ha dolido.
-¿Entonces el demonio no es un cuento chino?
-No. Eso te lo puede decir cualquier exorcista. Yo entrevisté a dos
de ellos para ese capítulo. Me asesoraron muy bien, y fue quizá el
momento de mi vida en el que más miedo he pasado.
-¿Cómo da miedo el demonio?
-Son experiencias muy delicadas de explicar. Lo único que sé es que
no quiero tener nada que ver con él, porque realmente su presencia se
llega a sentir. Estuve año y medio trabajando con un místico y noté que
había algo que no quería que se hiciera ese libro.
-Sobre este tema, en El castigo de los ángeles, la novela
de Medjugorje, cuenta también dos episodios sobre el demonio: un
exorcismo y una aparición demoníaca. ¿Son reales ambos episodios o
forman parte de la novela?
-Cuando
las personas se meten en este tipo de problemas, que siempre es
enredando con la ouija o haciendo espiritismo, el demonio actúa, y
cuando una persona está poseída, lo que hace normalmente es ir corriendo
a sitios donde se sabe que hay muchas cosas de Dios. Por ejemplo,
Lourdes, Fátima o Medjugorje. El relato del endemoniado que cuento en
El castigo de los ángeles yo gracias a Dios no lo vi, es un relato real
que ocurrió en Medjugorje en pleno día y con muchos testigos. El otro
episodio es una aparición demoníaca a Mirjana, una de las videntes de
Medjugorje. Ella misma ha contado que veía a la Virgen todos los días, y
un día se le apareció el demonio disfrazado de María. Cuenta que estuvo
enfadada con la Virgen unos días, pero la Virgen le explicó que lo
había permitido para que contase al mundo lo que había pasado, porque la
gente no sabe que el demonio existe, y es muy real.
-El mensaje de Medjugorje es un mensaje de paz, en medio
de un mundo donde la violencia está por todas partes. ¿Usted cree en ese
mensaje?
-Claro, yo creo en ese mensaje. Y creo que no se debe responder a la
violencia con violencia, sino con amor. Es el principio cristiano, y yo,
como soy católica, intento aplicarlo. Esta postura, y la temática de
mis novelas, me cierra profesionalmente muchas puertas, pero me abre
otras preciosas.
-¿Merece la pena?
-A mí toda. Yo creo que estamos en un momento histórico muy difícil
en España. Creo que los católicos tenemos que ser valientes, que dar la
cara. No podemos consentir que nos tomen el pelo o que nos machaquen.
Cuando hacen una obra de teatro en la que insultan a Dios, debemos
decir, sin violencia, que nos respeten. Cuando emiten un programa en el
que meten a un Cristo lleno de mantequilla en un microondas, el católico
tiene que decir: me has faltado al respeto, no lo vuelvas a hacer.
Defender mis principios me aporta una gran paz interior, aunque por
fuera me calumnien o me insulten. No nos debe importar la crítica, no
somos nadie. Al ver que ofenden mis sentimientos religiosos, tengo que
decir que me deben respetar, como yo jamás faltaría al respeto a un
budista.
-Déjenos un mensaje de esa esperanza que encontró en Medjugorje.
-Mi mensaje de esperanza es Dios. Yo creo que si ahora mismo la
Humanidad entera, hasta la última islita perdida detrás de Singapur, nos
sentáramos cinco minutos rezar, cada uno en su idioma, cada uno a su
Dios, a pedirle por la paz, por una transformación interior, el mundo
cambiaría muy rápidamente, que es lo que el Papa Wojtyla decía. Toda una
Humanidad unida en la oración por la paz obtendría una transformación
mundial. Los mensajes de Medjugorje insisten en la oración, y a través
de ella, las personas pueden llegar a una paz interior, que es el inicio
de toda paz.
Fuente: Semanario Alba sobre Medjugorje
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