domingo, 18 de noviembre de 2012

Entrevista del Semanario Alba a María Vallejo-Nágera

“Yo me convertí en Medjugorje, pero allí es algo normal”.
Es una de las plumas más exitosas y brillantes de nuestra narrativa contemporánea. Pedagoga, escritora y madre de familia, María Vallejo-Nágera fue de los primeros peregrinos españoles en conocer la realidad de Medjugorje, en estudiarlo y en escribir sobre un pueblo al que llegó siendo una agnóstica convencida y en el que sufrió una irrevocable conversión. Es la tercera hija del prestigioso psiquiatra y escritor Juan Antonio Vallejo-Nágera, ya fallecido, del que sin duda heredó su interés por la literatura, profesión por la que se decantó casi de manera accidental, como cuenta en exclusiva a ALBA.

-¿Por qué se decide a escribir tras licenciarse en Pedagogía?
-Pues, durante mi tercer embarazo, empecé a enredar con el ordenador y nació mi primera novela, El patio de los silencios. La mandé al Premio Planeta pensando que iba a quedar la última y quedé quinta. Ahí empezó mi carrera literaria. Luego, enseguida, tuve una gran conversión espiritual, y los temas se hicieron más privados.

-Cuente, por favor…
-Todas mis novelas, menos la primera, tiene una trama espiritual. Pero digamos que de las cinco, hay tres profundamente espirituales: Mensajero en la noche, El castigo de los ángeles y Luna negra.

-¿Siempre tuvo la fe tan presente?
-¡Qué va! Todo empezó en 1993. En aquel momento la guerra de Bosnia estaba muy recrudecida. Yo vivía en Londres y una amiga mía, inglesa y anglicana, vio un reportaje sobre dicha guerra y comenzó a organizar viajes allí para ayudar. Cada vez que ella regresaba, la veía profundamente cambiada, cada vez con más entusiasmo en su vida espiritual. Yo le decía: “Pero ¿qué encuentras en una guerra?”, y ella respondía: “Pues te vas a quedar muy sorprendida, pero he encontrado a Dios. He encontrado la paz dentro del espanto de la guerra”. Eso me sorprendió mucho, y nada más acabar la guerra, con la situación aún muy revuelta, fui con un grupo de amigos. Éramos unos trece, y en ese viaje tuve ese reencuentro con Dios que nunca me había planteado. Todos mis compañeros de viaje eran anglicanos, y yo me definiría por aquel entonces como agnóstica, pero volvimos todos convertidos al catolicismo. Mi marido es el padrino de Bautismo, Confirmación y Comunión de uno de ellos. Es así de claro y de fuerte. En aquel viaje conocí bien a varios sacerdotes, y yo hasta entonces no tenía mucho respeto por ellos. Consideraba que la postura de la Iglesia tenía grandes errores. Pero cuando me topé con la guerra, encontré gente increíblemente bondadosa. Gente que había logrado perdonar y ayudar al enemigo, sin pensar en su color o religión. Ahí descubrí que la maldad no está en una raza o en una etnia. La maldad no tiene color en la piel, y me marcó mucho convivir con estos hombres buenos, que eran sacerdotes franciscanos.

-Siga con su viaje a la conversión.
-Enredé mucho por los poblados más castigados, entre Bosnia y Croacia. Entonces empezamos a oír hablar de un pueblecito, desconocido en España pero muy conocido en el mundo entero, que se llama Medjugorje, situado en el corazón de Herzegovina.

-¿Por qué hablaban de él?
-Porque en 1981 se produjeron, parece ser, porque todavía el Vaticano no se ha pronunciado, unas apariciones marianas. Nos contaron que los videntes seguían viendo a la Virgen desde entonces, y que vivían allí. Esto me produjo una curiosidad tremenda por conocerles y por descubrir quién podía tragarse ese cuento. Yo pensaba que era todo mentira. Así que fui al pueblo y allí viví una profundísima experiencia de Dios. Mi conversión comenzó ahí.

-¿Qué quiere decir “profunda experiencia de Dios”?
-Son experiencias inexplicables, muy misteriosas, que incluso la persona que las vive no entiende, y se queda muy confusa. Yo no vi nada. Allí ocurren milagros, enfermedades que se curan y más cosas. Pero a mí no me pasó nada de eso.

-¿Y qué le pasó?
-Yo iba paseando junto a la parroquia de Medjugorje, con los amigos, y simplemente noté una presencia muy grande de Dios. Un amor inmenso de Dios, que me rodeó, que me cubrió entera. Yo me quedé muy asustada, porque no lo entendía. Sobre todo cuando no me había interesado nunca por ir a la iglesia. Antes de esto iba por obligación social. A mí me ocurrió así, no lo puedo explicar mejor porque con palabras no se puede. Son secretos de la fe y son regalos del cielo y de Dios.

-¿Cómo reaccionó entonces?
-Me quedé muy confusa y lo primero que pensé, porque soy hija de psiquiatra y admiro mucho la psiquiatría, fue que me habían dado alguna droga o algo. Luego pensé que debería tener una explicación científica, que sería algo debido al cansancio acumulado, al horror que había visto en la guerra. Así que decidí acudir a una persona sabia, a un profesor que me explicara lo que me había pasado, y los que me rodeaban entonces eran los franciscanos. Ahí tuve mucha suerte, porque los franciscanos de Medjugorje saben lo que es una conversión. Yo aprendí que la Iglesia no tiene un pelo de tonta. Son dos mil años de investigación, de experiencias sobrenaturales, de mucha gente que sabe lo que es alejarse y descubrir. Yo ahí tuve unos maestros increíbles que me explicaron que lo que me había ocurrido, en Medjugorje, es normal.

El fenómeno Medjugorje

-De Medjugorje trata su novela El castigo de los ángeles. En ella, aparecen dos entrevistas a sendas videntes, ¿son reales?
-Las entrevistas de El castigo de los ángeles no las hice yo. Los videntes digamos que están hartos de los peregrinos. Son chiquitos que desde pequeñitos han estado perseguidos por masas, desde el Vaticano y los comunistas de los primeros años hasta millones de peregrinos que llegan allí de todo el mundo. Esto les ha hecho ser esquivos con la gente. Lo único que hacen cuando les suplican mucho es dar una pequeña conferencia muy rápida. Yo tuve la suerte de estar en dos de estas conferencias. Me quedé absolutamente impresionada, por sus respuestas y por el carácter que mostraban ante lo que les estaba ocurriendo. Tomé esa información, la escribí, y luego investigué mucho. Pregunté a los sacerdotes qué libros había que comprar, quién había investigado, etc. Me dieron muchísimos nombres de doctores, de todo tipo de psiquiatras, de psicólogos, y comencé a estudiar el fenómeno Medjugorje.

-¿Y qué descubrió que le marcase tanto?
-Lo que más me sorprendió fue que los psiquiatras del mariscal Tito -porque todo esto sucedía bajo su Gobierno comunista- declararon que los niños estaban sanos, cuando tenían órdenes expresas de demostrar clínicamente que los niños mentían o que estaban locos. Y no sólo no ocurrió eso, sino que la mayoría se convirtieron. Eso me impresionó muchísimo, porque siendo hija de psiquiatra, sé que un médico, cuando dice que no hay esquizofrenia, o que no hay drogas de por medio, es que ha agotado toda su ciencia antes de diagnosticar.

-¿Cuánto tiempo estuvo en Medjugorje?
-La primera vez diez días, y volví al mes y medio para otros quince, con personas de mi confianza para que me dieran su opinión. Todas las personas que han ido conmigo han vuelto muy cambiadas. Todas han experimentado lo mismo que yo, de diferente manera, pero con ese acercamiento a Dios muy, muy grande. Es como si hubiéramos vivido Fátima, en Medjugorje. Aunque no hayamos tenido ningún tipo de visión, todos hemos experimentado algo, y es que en ese pueblito está la presencia de Dios. Eso es indiscutible.

-Entonces, ¿qué es lo que ocurre allí que te atrapa de esa manera?
-Que la gente cambia de vida. Yo allí no he visto manifestaciones sobrenaturales, pero he visto cambios profundos en la actitud de la gente respecto a su vida.

-¿Usted cambió de vida?
-Absolutamente. Hay una María Vallejo-Nágera antes de Medjugorje, y una después.

-¿En qué sentido?
-A mí nunca me había faltado de nada. He tenido una familia que me ha querido mucho, con un marido que me adora y unos hijos sanos. Pero ahora no puedo describir la felicidad después de Medjugorje. Soy la misma persona, pero con una fe profundísima. Y la fe me ha dado la fuerza y la energía para aguantar lo que sea. Con la fe aprendes a ofrecerte a los demás, a ofrecer tu dolor. Te cambia radicalmente muchos valores.

-Siguiendo con su obra, tras El castigo de los ángeles, viene Un mensajero en la noche, otra experiencia de fe en la que cuenta la historia de Albert Wensbourgh; ¿quién era este hombre?
-Albert fue un regalo después de Medjugorje. Era un delincuente famoso de Inglaterra, que había salido en la prensa muchas veces. Era un matón, detenido y condenado a 25 años de prisión. Yo había vuelto de Bosnia y ya había escrito El castigo…, cuando me llamó un amigo franciscano y me contó que había visitado al abad de un monasterio cuyo cocinero decía que había visto un ángel.

-Albert…
-Sí. Al parecer, una noche, en una celda de una de las prisiones más seguras de Inglaterra, decía que se le apareció un ángel, que le despertó de un golpazo en el pecho y le tiró de la cama. Él pensó que había entrado alguien para darle una paliza, pero cuando abrió los ojos, encontró una figura llena de luz que le rodeó de amor y le habló.

-¿Cómo reacciona ante lo que le cuenta su amigo?
-Me quedé fascinada con esta historia. El sacerdote me contó que Albert estaba intentando escribirla, pero que no le salía, y que había varios periodistas de Londres que querían hacerlo, porque este personaje era muy conocido allí, y se había convertido en un hombre de Dios de la noche a la mañana. Con mucha curiosidad, fui al monasterio y Albert me entrevistó, y me dijo que creía que yo no era la persona adecuada: “Rezaré por usted, pero la he rechazado”, fue lo que me dijo. Aproximadamente al mes y medio me llamó y me dijo: “Después de rezar todos los días, estoy convencido de que usted no es la persona más adecuada para escribir mi historia, pero en oración creo entender que usted lo va a hacer”.

-No parece muy coherente…
-Yo me quedé a cuadros, porque si él pensaba que no era la más adecuada, pues no entendía nada, pero él me decía: “Yo pienso que no, que la chica española, no. Pero en la oración noto cómo Dios me dice: ‘La chica española, sí’”. Y así empecé. Estuve año y medio trabajando en el proyecto.

-¿Cómo era Albert?
-Era muy inteligente. Cuando le conocí, tenía 52 años, y vi que su conversión había sido auténtica y profunda. Se notaba que había sido violento en el pasado, perdía la paciencia, y se notaba que estaba constantemente luchando contra sí mismo. Perdía los nervios conmigo, porque yo era muy lenta a la hora de hablar de Dios, y en ocasiones me asusté, porque nunca había estado con un místico, con una persona que ve ángeles.

-De esta otra experiencia de conversión, y dentro de lo extraordinario del testimonio, ¿qué es lo que más le llamó la atención?
-Que el abad del monasterio en el que estaba era psiquiatra y me decía que Albert no estaba loco, que había superado numerosas pruebas. Eso te crea una sensación difícil de explicar.

-¿Miedo?
-Pasé miedo, porque un místico es una persona que puede hacer mucho bien a la Humanidad, y por lo tanto el demonio no está muy contento con este tipo de personas. Durante este trabajo, acontecieron una serie de sucesos que me bloquearon un poco y por los que estuve a punto de abandonar el proyecto.

-¿Son los que relata en la novela ataques físicos del demonio contra Albert?
-Muy parecidos. Los ataques que sufría Albert no eran físicos, sino espirituales, durísimos y peores. Pero este libro, por encargo de Albert, estaba dirigido a los estratos más pobres y marginales de la sociedad. Sobre todo a presos. Estaba obsesionado con que supieran que Dios existía. Entonces, encontré el modo de explicar a gente con menos formación esos ataques espirituales, pasando estos episodios espirituales al plano físico. Eso lo entiende todo el mundo, porque a todo el mundo le han pegado alguna vez y le ha dolido.

-¿Entonces el demonio no es un cuento chino?
-No. Eso te lo puede decir cualquier exorcista. Yo entrevisté a dos de ellos para ese capítulo. Me asesoraron muy bien, y fue quizá el momento de mi vida en el que más miedo he pasado.

-¿Cómo da miedo el demonio?
-Son experiencias muy delicadas de explicar. Lo único que sé es que no quiero tener nada que ver con él, porque realmente su presencia se llega a sentir. Estuve año y medio trabajando con un místico y noté que había algo que no quería que se hiciera ese libro.

-Sobre este tema, en El castigo de los ángeles, la novela de Medjugorje, cuenta también dos episodios sobre el demonio: un exorcismo y una aparición demoníaca. ¿Son reales ambos episodios o forman parte de la novela?
-Cuando las personas se meten en este tipo de problemas, que siempre es enredando con la ouija o haciendo espiritismo, el demonio actúa, y cuando una persona está poseída, lo que hace normalmente es ir corriendo a sitios donde se sabe que hay muchas cosas de Dios. Por ejemplo, Lourdes, Fátima o Medjugorje.  El relato del endemoniado que cuento en El castigo de los ángeles yo gracias a Dios no lo vi, es un relato real que ocurrió en Medjugorje en pleno día y con muchos testigos. El otro episodio es una aparición demoníaca a Mirjana, una de las videntes de Medjugorje. Ella misma ha contado que veía a la Virgen todos los días, y un día se le apareció el demonio disfrazado de María. Cuenta que estuvo enfadada con la Virgen unos días, pero la Virgen le explicó que lo había permitido para que contase al mundo lo que había pasado, porque la gente no sabe que el demonio existe, y es muy real.

-El mensaje de Medjugorje es un mensaje de paz, en medio de un mundo donde la violencia está por todas partes. ¿Usted cree en ese mensaje?
-Claro, yo creo en ese mensaje. Y creo que no se debe responder a la violencia con violencia, sino con amor. Es el principio cristiano, y yo, como soy católica, intento aplicarlo. Esta postura, y la temática de mis novelas, me cierra profesionalmente muchas puertas, pero me abre otras preciosas.

-¿Merece la pena?
-A mí toda. Yo creo que estamos en un momento histórico muy difícil en España. Creo que los católicos tenemos que ser valientes, que dar la cara. No podemos consentir que nos tomen el pelo o que nos machaquen. Cuando hacen una obra de teatro en la que insultan a Dios, debemos decir, sin violencia, que nos respeten. Cuando emiten un programa en el que meten a un Cristo lleno de mantequilla en un microondas, el católico tiene que decir: me has faltado al respeto, no lo vuelvas a hacer. Defender mis principios me aporta una gran paz interior, aunque por fuera me calumnien o me insulten. No nos debe importar la crítica, no somos nadie. Al ver que ofenden mis sentimientos religiosos, tengo que decir que me deben respetar, como yo jamás faltaría al respeto a un budista.

-Déjenos un mensaje de esa esperanza que encontró en Medjugorje.
-Mi mensaje de esperanza es Dios. Yo creo que si ahora mismo la Humanidad entera, hasta la última islita perdida detrás de Singapur, nos sentáramos cinco minutos rezar, cada uno en su idioma, cada uno a su Dios, a pedirle por la paz, por una transformación interior, el mundo cambiaría muy rápidamente, que es lo que el Papa Wojtyla decía. Toda una Humanidad unida en la oración por la paz obtendría una transformación mundial. Los mensajes de Medjugorje insisten en la oración, y a través de ella, las personas pueden llegar a una paz interior, que es el inicio de toda paz.

Fuente: Semanario Alba sobre Medjugorje

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