«La Virgen vino alegre, contenta. Ella nos ha saludado con su saludo maternal “Sea alabado Jesús, queridos hijos míos”.
Después de eso ella ha orado por cada uno de los Sacerdotes aquí
presentes, oró ante ellos un largo tiempo en su lengua aramea, después
extendió sus manos sobre cada uno de los presentes y oró por cada uno
de ellos. Ella oró especialmente por los enfermos allí presentes, oró
por los Obispos, por los Sacerdotes y por los Cardenales. Después de eso
nos bendijo con su bendición maternal y ha bendecido todo lo que
ustedes han traído para la bendición. Luego la Virgen dijo:
“Queridos Hijos, hoy los invito a que se abran a la
oración. Hijitos, ustedes viven un momento en el que Dios les está dando
gracias y no lo están sabiendo aprovechar. Ustedes se preocupan de todo
excepto de su alma y de su vida espiritual. Despierten de este mundo
cansado, de este sueño cansado de vuestras almas y digan sí a Dios con
todas sus fuerzas. Decídanse por la santidad y la conversión. Queridos
hijos, Yo estoy con ustedes y los invito a la perfección y a la santidad
de sus almas y de todo lo que hagan. ¡Gracias por haber respondido a mi
llamado!”
Luego yo encomendé a todos los presentes, todas sus necesidades, sus
intenciones, sus familias y todas las intenciones que han traído; de
manera especial he encomendado a los sacerdotes presentes y los enfermos
que han venido. Luego la Virgen continuó orando un tiempo sobre todos
nosotros, y en particular por los Cardenales que estaban en el Vaticano
rezando. Después se marchó en oración, se marchó en el signo luminoso de
la luz y de la cruz con su saludo: “Vayan en paz, queridos hijos míos.”»
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